lunes, 26 de noviembre de 2012

Para la mayoría, el deporte no es ni más ni menos que una forma de divertirnos, un pasatiempos. Para muchos otros, el deporte es algo mucho más serio ya que aparte de amarlo y tomarlo como una forma de vida como la mayoría de los aficionados, también viven de él y por ello, le dedican mucho tiempo y sacrifican muchas cosas con tal de estar a un nivel alto. 
Pero al margen de esta clase de personas, está otro grupo, menos afortunado y que practica el deporte a modo de evasión o de método de escape ya que sus vidas así lo requieren. Esto se da en los países menos favorecidos, en mayor parte, ya que las condiciones de vida son duras y deben de hacer algo para no traumatizarse demasiado con lo que hay en su entorno. Pero además de pasar en países del "tercer mundo", esto pasa en muchos  países que consideramos desarrollados. En los barrios menos favorecidos de las grandes ciudades del mundo ( Nueva York, Londres, Río de Janeiro... ) se dan constantemente vidas sumidas en la droga, la violencia y el único modo de escape de los niños que viven en estos lugares, en la mayoría de los casos es el deporte.
Dentro de este marco se encuentra la vida de Roberto, un niño nacido en un barrio de favelas al este de Río de Janeiro; nació en un orfanato después de que su madre, una prostituta, lo diese en adopción como hizo con sus anteriores hijos. 



A la edad de 2 años y medio, una familia del barrio donde se situaba el orfanato le adoptó, era un matrimonio honrado de avanzada edad. Conforme fue creciendo, fue haciendo amigos y creciendo entre favelas, en las duras calles de Río. Poco a poco según iba creciendo, muchos de esos amigos que lo habían acompañado durante buena parte de su infancia iban perdiéndose en el camino, unos por las bandas que hay en la zona de las favelas, otros por las drogas y una minoría, como el propio Roberto, se dedicaban a ganarse unos reales limpiando los parabrisas de los coches en los semáforos para poder ayudar en parte a su familia. Cuando no estaba intentando sacar algo de dinero, Roberto jugaba a fútbol con un balón de cuero descosido, en un campo de tierra y descalzo, sin más ilusión que marcar gol entre los tres palos mal alineados que hacían de portería, como lo había hecho desde siempre.
Cuando Roberto tenía 15 años, en una guerra de bandas en su barrio, una bala perdida alcanzó a su padre y lo hirió de muerte. Cuando su padre murió,  se vio obligado a ser la fuente de ingresos de su hogar, debía mantener a su madre también. Tras un par de meses, Roberto se dio cuenta de que su trabajo en los semáforos no le daba ingresos suficientes, y obligado por la necesidad, comenzó a traficar con cocaína, suministraba a unos cuantos de sus vecinos. A su madre nunca le dijo a qué se dedicaba, pero ella, sumida en la mentira, estaba muy orgullosa de su hijo.
Roberto trataba de continuar jugando a fútbol y dejar a un lado la rutina clandestina que llevaba.
Tras un par de años dedicándose a la venta de cocaína, Roberto cayó en la adicción al igual que lo habían hecho gran parte de sus amigos. Pese a ello, Roberto siguió jugando a fútbol y ganando más dinero. 
Al verano siguiente, se disputó en Brasilia un campeonato de fútbol en el que participaron equipos de toda América del sur. El equipo de Roberto hizo una gran actuación, y numeroso ojeadores de equipos importantes se fijaron en él. Hasta el punto que un grande de Brasil le fichó. 
Vio que jugando a fútbol, que era lo que más le gustaba, podía ganarse la vida de una forma más honrada, legal y sana a como lo estaba haciendo hasta ahora. Gracias al fútbol, pudo salir junto a su madre y sus amigos del barrio de favelas en el que se había criado. También pudo dejar la droga y en este caso, se puede decir que el deporte ha salvado la vida de una persona que su único medio de evadir la realidad era practicándolo.

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